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Siete meses en manos de los piratas

Gilbert Víctor resistió hasta septiembre uno de los secuestros más largos de Somalia, lleno de peripecias increíbles con un grupo salvaje que hasta le convirtió en piloto de abordajes

Gilbert Victor, un ciudadano de Seychelles de 52 años, miraba ayer pensativo el muelle de Victoria del que partió el pasado 28 de febrero. Entonces no lo sabía, pero iba a pasar siete meses secuestrado, uno de los cautiverios más largos de los piratas somalíes. Le soltaron en septiembre y su increíble historia es muy útil para poner en contexto el secuestro del 'Alakrana', pues el caso de Gilbert es un ejemplo extremo, con todas las desventuras posibles, de uno que salió mucho peor, con uno de los grupos más desalmados y en el que él no valía nada. Pero ahora puede contarlo y dar esperanza.

El 'Serenity', pequeño yate de recreo, fue capturado a los pocos días de salir con sólo dos personas a bordo: dos amigos, Gilbert y Conrad. Se les había roto un motor y se mecían en el mar calmo, viendo fotos. De repente, un ruido. Había alguien en el barco. Eran nueve somalíes, de aspecto fiero, que dispararon al aire. Les robaron todo, del anillo de boda a la comida, estaban hambrientos. Pero sobre todo tenían hambre de venganza. Querían el 'Ponant', el yate cuyo secuestro en 2008 terminó con una intervención del Ejército francés, tres piratas muertos y la mitad detenidos.

Había pasado ya un año y esto da una idea del valor que dan a las capturas de compañeros. Les indicaron el rumbo hacia una isla donde pensaban que estaba el 'Ponant', pero encontraron otro barco y volvieron con un rehén más, otro vecino de Seychelles, Robin. Ese encuentro casual los unió a los tres en su destino. Luego se los llevaron a Somalia, tras recoger combustible en la nave nodriza.

Arribaron a una pequeña isla, donde al verlos lo festejaron como si les hubiera tocado la lotería. Sólo comieron carne de cabra hervida, dátiles y agua con sabor a gasolina. Por la noche le pidieron a Gilbert que vigilara por si llegaba un barco de guerra. «Es que no sabían ni cómo son, eran de una ignorancia primitiva absoluta», explica. Él dijo que se caía de sueño y replicaron que si se dormía le matarían. Al final, desesperado, pidió que le mataran. «No, tú vales dinero», sonrió el jefe, el más agresivo, un chico de unos 20 años.

Gilbert se quedó pasmado y les tuvo que explicar que él no era rico y que Seychelles es un país pobre de 80.000 habitantes. «Se sorprendieron, ni sabían dónde estaba», recuerda. Pero a los pocos días, tras llevarle muy al norte de Somalia, llegó uno más listo, con un inglés correcto, el negociador. Sacó un libro de una maleta. Era sobre Seychelles, y lo consultaron.

Gilbert recuerda cada detalle de su cautiverio y ayer, en una hora, sólo había relatado los tres primeros días. Su primera crisis fue cuando le dijeron que pedirían tres millones de dólares y le dieron un teléfono para que llamara al Gobierno. Gilbert les dijo que estaban locos. Era el primer secuestro al que se enfrentaba su país. A través de un amigo se estableció un contacto, pero al cabo de una semana le dijeron que no había dinero. «Te quedarás en Somalia para siempre», le anunciaron. Varias veces le apuntaron con una pistola en la cabeza. Pensó que morirían, pero decidieron que podían ser útiles. Fue así como su barco, renqueante con un solo motor, se convirtió en una nave nodriza pirata. Pilotada por ellos.

Tenedores como metralla

Gilbert, sus dos compañeros y el 'Serenity' asaltaron dos barcos, con el pánico a ser atacados y morir como piratas. Para asegurarse de su conducta los somalíes hicieron una bomba con un tarro de café y las puntas de los tenedores de la cocina como metralla. Lo pusieron bajo su asiento. «Si nos disparan, tú ¡bum!», advirtieron. Al contestar que ellos también morirían, el pirata replicó: «No problem, iré con Alá». Así vieron actuar a los bucaneros.

Rastrean durante el día y cuando ven una presa se detienen a distancia. Atacan al alba. Primero abordaron un barco de Taiwan. Con el nuevo buque en su poder, atacaron otro. Pero era el 'Maersk Alabama'. Es aquel secuestro que terminó con una intervención del Ejército de Estados Unidos en abril.

El jovenzuelo airado se fue con otros tres y no volvió. Fue detenido, los demás murieron. Gilbert testificará contra él en el juicio. Volverá a encontrar a aquel mocoso rabioso, entre rejas. Lo toma como un ajuste de cuentas personal. Eso será algún día, pero entonces escaparon a Somalia, al punto de partida. Allí pasaron tres meses en el barco. Gilbert estaba encerrado solo.

Por entonces hubo otro secuestro de un yate de Seychelles, el 'Indian Ocean Explorer'. Por otro lado, las autoridades de la isla capturaron a 23 piratas. Empezaron las negociaciones para un canje. Con un nuevo jefe distinto, más amable, hasta les dijeron que en una semana les liberarían, pero algo no funcionó. Casi se desmayan cuando les dijeron que volvían a una nave nodriza, el barco de Taiwán. Atacaron un buque chino, pero repelieron por dos veces sus ataques. Regresaron derrotados y la espera volvió a hacerse eterna. Gilbert logró usar un teléfono oculto en su yate y hablaba con su mujer a escondidas. Un día les dijeron que un bote vendría a buscarles para liberarles. Por fin apareció, pero la mar estaba muy embravecida. Era peligroso y al subir al esquife Gilbert y Robin cayeron al agua. En medio del terror, la única salida era nadar hasta la playa, a unos 200 metros.

Tiroteo entre bandas

Con los calambres de la falta de ejercicio casi mueren ahogados, pero al poner el pie en la arena se habían alejado y había otra banda rival que les esperaba. Estalló un tiroteo entre ambos grupos mientras ellos corrían hacia el suyo. Fue una carrera al borde de la extenuación que Gilbert no olvidará jamás. Al llegar les esperaba un camión. Luego llegaron a algo parecido a una pista de aterrizaje. Apareció un avión y les dijeron que volvían a casa. Emocionados, subieron.

Pero aterrizaron poco después a repostar y unos hombres armados, otra facción, se apoderó del aparato. Estaban en Puntland. Les acusaron de haber aterrizado sin permiso. Pero a los tres rehenes les trataron bien, les dijeron que todo se arreglaría y les llevaron a un pequeño hotel. Gilbert recuerda que fue la primera vez en siete meses en que alguien le dijo 'por favor'. Fueron sus huéspedes y se dieron la primera ducha en siete meses.

El final fue delirante. El presidente de Puntland se volcó en hacerles la estancia agradable. Les inflaron de comida y hasta les llevaron de compras. «La capital es bastante civilizada y tranquila», se sorprendió Gilbert. Insistieron para que se dejaran comprar tres pantalones, varias camisas, zapatos italianos. El último día el presidente quiso verlos. Tomaron té con galletas europeas. Era un hombre agradable, dice Gilbert, y admiró que hablaran idiomas. Les hizo una propuesta: ¿por qué no se quedaban allí a trabajar para él?. «Estaba harto de vivir rodeado de gente sin educación», recuerda. Gilbert y sus amigos, al borde del pánico, dijeron amablemente que antes querrían volver a casa y ya lo pensarían. Les dio su teléfono para que le llamaran.

El día del regreso al aeropuerto fue una conmoción nacional. La primera noche Gilbert se despertó en la oscuridad. En el secuestro siempre había dormido con la luz encendida, vigilado. No sabía dónde estaba y dijo como siempre: «Eh, somalí, toilett». Su mujer le tocó la mano. «Soy yo, Rita». Gilbert se echó a llorar, estaba otra vez en casa. Ayer todavía lloraba cuando lo contaba.

Fuente: www.elcorreodigital.com

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